dimecres, de juny 25, 2008

47 UN CANDIL 48 UN SACUDIDOR DE ALFOMBRAS





Mi búsqueda de un objeto en desuso ha tenido lugar dentro de los límites de una vivienda particular: mi casa. Casi sin pensarlo, este ámbito se ha impuesto sobre otros posibles (la calle, un mercado, otras casas, un museo …) quizá porque puesto que convivimos diariamente, asumo que con los objetos que hay en ella existe una relación de intimidad que me permitiría decir algo de ellos con mayor conocimiento de causa. Para mi sorpresa la búsqueda no ha sido fácil ni el encuentro inmediato. Como en tantas otras casas, en la mía también abundan los objetos de diferentes edades, procedencias, clases y calidades. Cuando traté de señalar alguno caído verdaderamente en desuso, en primer lugar mi atención se dirigió a objetos que han dejado de cumplir la función original para la cual fueron producidos. Enseguida me atrajeron, ya que con su aparente inutilidad y su anacronismo resultaban evocadores y divertidos y, partiendo de su prehistoria, me invitaban a hablar de mí. Sin embargo, a poco que lo pensase quedaba de manifiesto que no se acababan de ajustar a lo que buscaba. Que la función original esperada para un objeto haya cesado, o incluso que no haya llegado a tener lugar, no equivale a decir que el objeto está en desuso. En un contexto de mantenimiento de la vida, como es en general una casa, su presencia indica que siguen desempeñando alguna función, que tienen alguna utilidad y, por lo tanto, que están vivos y siguen o pueden seguir en uso. Mientras el objeto no se destruya (se rompa) o sea definitivamente desechado (en la basura), su uso y su desuso serán más bien una cuestión de frecuencia e intensidad. En su vida de uso, además, pueden sufrir transformaciones radicales. Por fin me decidí por dos objetos diferentes: un candil y un sacudidor de alfombras.

El candil es una antigua lamparilla de aceite hecha de barro cocido, regalo de un amigo. Ya no cumple su función de iluminar, aunque podría hacerlo, puesto que se encuentra íntegra. Sólo su forma y las manchas oscuras de la piquera la recuerdan. Desde que la recibí hace unos diez años, ocasionalmente le he dado usos relacionados con la luz y el fuego: como soporte de una vela, como base para quemar incienso … La mayor parte del tiempo, sin embargo, la he ido llevando de un sitio a otro de la casa, buscando un lugar donde instalarla. Por fin la puse sobre la vitrina del cuarto de estar, uno de los lugares más visibles. Allí permanece acompañada por otros objetos de su misma clase: bien objetos de arte producidos como tales, bien objetos que de comunes han mutado en artísticos al satisfacer mis expectativas estéticas. El candil ya no es un candil. Pero sigue en uso. Tiene la utilidad de hacer más grata la vida de los que convivimos en casa y, espero, de al menos algunas de las personas que la frecuentan. No sé hasta cuándo se prolongará su vida. Sí sé que, aun cuando caiga definitivamente en desuso, si alguien quiere saber algo de mí sin que medie el relato, ese antiguo candil todavía puede serle útil.

El sacudidor de alfombras también fue en origen un objeto común, estrictamente utilitario y altamente especializado. Como tal me fue entregado por otra mujer de mi familia perteneciente a una generación anterior, con la intención de que fuese mantenido en uso. No se trataba, pues, de un regalo, sino más bien de un legado. Con la transmisión del objeto se transmitía significado social a la receptora. Enseguida, pues, lo clasifiqué como emblemático. Bien mirado, y con un poco de sentido del humor, hasta su forma podría resultar adecuada para un emblema. Alguna vez lo probé. Pero como legados y emblemas suelen estar cargados de peso impositivo, pronto quedó relegado al fondo de la parte superior de la nevera.

Allí permanece desde hace años, semioculto y mezclado con objetos diversos, en una prolongada fase de desuso. Podría muy bien haberme deshecho de él, ya que su función no despierta mi interés ni su sentido mi simpatía. Sin embargo, no lo he hecho. Una de las razones es que, objetivamente, conserva su valor de uso: se encuentra en buen estado y podría seguir cumpliendo su función u otra similar, llegado el caso. Otra es que podría reunirse con el candil y otros similares para seguir haciendo más grata la vida en casa. Pero quizá la motivación que me impide tirarlo es la misma que me impulsó a retirarlo: rememorar las relaciones sociales que evoca y que, aunque rechazo, no quiero dejar en el olvido. Como tantos otros objetos, algún día podría ser usado como documento.

Montserrat Menasanch